jueves, 10 de abril de 2008

Marionetas


Guillermo tiene esas costumbres:

- Hay que llegar elegantemente tarde - me dijo.

Es contraproducente para mi paranoia: si uno llega tarde, sobre todo si lo hace con estilo, es víctima de más miradas ajenas que si llegase temprano. Mientras más tarde sea, más gente habrá en el lugar. Pero así son las amistades, cada cual cede un poco en pro del grupo. Suerte que conocen las consecuencias y no abandonan, estos son amigos.

Lo que importaba es que Andrés nos llevaba al cumpleaños de alguien que no conocíamos, una agradable señorita llamada Gabriela. Habíamos sido indirectamente invitados, por lo cual, camino al evento, nos preguntábamos qué cuestión lo motivaba. No lo indirecto, claro, sino la invitación. El plan era arrancar en el departamento de Gabriela, y después, dejarse llevar por el viento nocturno. Pero la brisa sibilante de la noche en pañales tenía un aliento a fernet que mataba.

No puedo evitar reirme con Guillermo. No puedo hacer que no ría. Así empezamos, y el techo no llega nunca, es una espiral de provocaciones que podrían destruir la moral de muchos. Los dos sabemos que si hay mucha gente mirando nuestra llegada voy a buscar el rincón más lejano de cualquier parte, y alli me quedaré, evitando que cualquiera pueda fijarse en mi. Y Guillermo me hace creer que se sienta al lado mio para hacerme compañía, pero en realidad está más cagado que yo. Andrés es socialmente práctico, se relaciona con todo el mundo y chau. Aparte, es el cumpleaños de su amiga, a alguien más que nosotros tiene que conocer. Es más es su deber alejarse antes de que sea demasiado tarde.


Con Guillermo hacemos un dúo patético: parecemos los viejos de los Muppets, sentados en un rincón, juzgando lo que sucede con el pesimismo de los cobardes que se acompañan. Bien de ancianos achacosos con olor a bolas. Miro mujeres y le pregunto qué opina, pero no respeta mi visión. Andrés es la Rana René.

Con un poco de fernet, empezamos a reirnos de nosotros, y nos proponemos tratar de parecer interesantes perdiendo la mirada en el vacío, especulando acerca de la satisfacción sexual de alguno de los presentes, inclusive planeando cuánto tiempo sería necesario para ponerse en bolas y pisotear los canapés en una fiebre frenética de strip-dance sobre la mesa. Cuando empiezo a imaginar un Guillermo sudado, con el agua chorreándole por el cuerpo al ritmo de Joe Cocker, llega la hora de partir: enderezamos la nave en función del "viento del fernet", y partimos.

La situación allí no varía demasiado, es más, con el cambio de aire la sangre se oxigena y el cerebro descalabrado previamente continúa su viaje loco. Los boliches, para peor, acentúan el cinismo, y la presencia del fernet es vital para seguir. No es de caballeros abandonar a las distinguidas damas presentes en la mitad de la noche. Necesitamos poner el control en manos de del único marionetero presente, y el fernet es uno, disponible.

Conozco mi límite de alcohol: cuando estoy medio borracho, llega el "no tomo más", siendo la primer sana opción detener el consumo y esperar el sueño de los héroes. Pero existe una peligrosa segunda alternativa, que consiste en continuar bebiendo. No soy muy resistente al alcohol, por lo que mi organismo desarrolla un mecanismo que consiste en desactivar el sentido del gusto. Y mucho fernet pasa como nada. Y las damas nos abandonan a nosotros porque ya no somos caballeros. Y nosotros redirigimos nuestros pasos a lugares que salvaguarden nuestra elegancia. Hasta el titiritero se cansa.

¿Dónde terminar la noche si en los antros nos rechazan? Cañada y San Juan, muzzarela y cerveza, Andrés, Guillermo y yo. Dos Viejos Pelotudos y la Rana René. Morder banquina y al pasto. Lamentablemente, el resto de los Muppets no sabe divertirse como nosotros, que nos reimos como locos, hasta que se me pasa el pedo, vuelvo a mi casa en colectivo, y caigo en la cuenta de que esa chica se fué sola y yo también. Y de que todos nos fuimos solos. Y de que, después de todo, los Muppets son títeres que para animarse necesitan que le metan un brazo en el culo. Ya cambiaré. El próximo fernet.

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