lunes, 28 de julio de 2008

La Cañada del Duende Apasionado


Una tarde de sábado, hace algunos años, decidí que el clima estaba perfecto para salir a caminar, y recorrer las sierras. El paseo ameritaba unos mates, siempre y cuando pueda encontrar el lugar perfecto: al lado del río, a pleno Sol, y respirando ese airecito rico y fresco de la siesta.

Lo pasé a buscar a Gastón, pero el nabo estaba en boxer mirando un Barcelona-Real Madrid del año 97. Le insistí, bajo amenaza de contarle cómo había salido el partido: no me contestó, simplemente se tapó las orejas y empezó a gritar como si lo estuviera violando un elefante sin depilarse (un estupenda estrategia para no escuchar lo que el interlocutor expresa). Se había cubierto los ojos con las manos, así que tampoco me podía leer los labios. Y, para culminar, cerró la puerta de una patada.

Yo me quedé al lado de la puerta, y como el maldito sabía que en cuanto se callara yo iba a decirle el resultado, continuó gritando. Tiene buenos pulmones, Gastón. Como no quería seguir perdiendo tiempo, agarré un ladrillo colorado que encontré, y escribí en el frente de la casa con grandes letras rojas:

"ACORDATE QUE
GUARDIOLA SIEMPRE
FUE UN PUTAZO"

Más allá de mi fanatismo por Real Madrid, ese partido lo había visto (perdimos 3 a 0). Pero Guardiola se había portado como un putazo.

Seguí mi camino. En realidad no estaba muy lejos mi casa del posible destino de los mates: el lugar se llama "La Cañada del Duende Apasionado", un lugar que tomaba su nombre de una leyenda que contaban los indios (cuando había indios).

Decían que en esa cañada había un duende regordete, color borravino, que se había enamorado de una india flaquita, con el culo parado. El problema comenzó cuando la india no le dió bola al duende: la criatura se pasaba día y noche cantándole serenatas, lo que resultaba bastante molesto para el resto de la tribu. Para que el duende no siga rompiendo los huevos, la tribu ató a la india a un poste y se la dejaron regalada con moño. Pero un indio aprovechó la volada y se la llevó lejos del duende.

En sí, la leyenda dice que en ciertos momentos del día el duende se pone a cantar sus lamentos de amor, de ahí el nombre "La Cañada del Duende Apasionado". Porque los indios son nobles, y no le iban a poner "La Cañada del Duende Irritante", o "Desafinado". O "Hinchapelotas". No, los indios saben bastante de marketing turístico.

Yo venía con la mochila al hombro a paso acelerado por un caminito de piedras, en parte distraído por el paisaje, y también medio caliente por la actitud de Gastón. Llevaba una rama en mi mano para ayudarme a caminar, y cada tanto le surtía un varillazo a algo, ya sea un yuyo, una piedra, o algún pañal lleno de mierda que los turistas dejan al costado de los senderos para comunicarle al Universo que sus sonrientes y sonrojados bebitos gozan de buena salud intestinal.

Recordé la leyenda del duende borravino cuando le pegué un varillazo a una remolacha. No hay que ser un erudito verdulero para saber que las amarantáceas no gritan cuando se les pega con una rama:

- ¡Pará, che culiado! -Me aulló en correcto tono cordobés chuncano lo que yo pensaba que era una verdura.

Me quedé atónito mirando como a la remolacha le salían unas piernitas y unos bracitos diminutos, que le sirvieron para ponerse de pie, caminar hasta mi lado (mientras me trataba de "oligarca hijo de puta"), y recoger un pequeño sombrerito que parecía de juguete.

- Loco, respetame que soy un artista -me dijo, mientras apretaba los dientes con furia contenida.- En este país hay democracia para todos, menos para mí.

Contuve la respiración: la leyenda era cierta, y el Duende Apasionado existía de verdad. Creo que mi sorpresa fue mayor cuando me miró a los ojos y me preguntó si no había visto a una india por ahí. Ante mi negativa, insistió:

- ¿Estás seguro? Es flaquita, tiene el culito parado. Hermosa. ¿Seguro que no la viste?

Yo no quise desencantarlo, pero al parecer la leyenda era cierta, y la india se había alzado a la mierda. Así que me hice el boludo y saqué el mate, lo que precipitó hechos posteriores.

El mate estaba en el piso, y era muy gracioso verlo paradito arriba de una piedra tratando de alcanzar la bombilla. Lo que me llamó la atención es la cantidad de mate que consumía el duende, porque a pesar del tamaño se terminaba los mates en dos sorbos, y eso que no lo salteé ni una ronda. Pero mientras más mate tomaba, más desvariaba en sus comentarios.

Me contó la historia de la india. Su versión no se desviaba demasiado de la que los indios y las agencias de turismo habían armado, pero tenía un tono melancólico que la volvía aburrida. Según el duende, la india le tiraba onda: "Viste como son las minitas... te ven tocando la viola y alucinan" me confesó entre lágrimas. Y como yo no sabía de qué hablaba, lo dejé proseguir:

- Es una hija de puta, porque me hizo creer que se enamoraba de mi, y yo, que soy medio bonachón, medio pelotudo, le creí. Pero después no se bancan la vida de los artistas, y se van a la mierda.

Sacó un guitarrita chiquita, hecha con la cáscara de una nuez, que según él le había regalado un hippie. Cantó una canción que a mi me pareció de Lito Nebbia, pero yo estaba lejos de escucharlo atentamente. Tenía una voz bastante grave, y al mismo tiempo desafinaba como una Bandana improvisando "a capella".

Yo me distraía tratando de acordarme si en ese partido que Gastón estaba viendo el arquero del Barcelona había sido Vitor Bahía o algún otro. No me importaba tanto, porque de todos modos nunca llegamos al arco y encima nos colaron tres pepas, pero era más divertido que el duende llorón que tenía adelante.

No soy un desalmado, sin embargo coincidamos en que lo paranormal es sorprendente hasta que se pone a tomar mate con vos.

El duende se dió cuenta de que yo le estaba dando tanta pelota como la india. Seguramente hacía rato no charlaba con nadie, así que dió por terminada su historia. Ese final abrupto en su relato me puso incómodo, me sentía un poco culpable, así que le pregunté cómo se llamaba.

- Gastón -me contestó-. Me llamo Gastón.

- Como un amigo mío -le dije yo-.

- ¡Mirá vos que coincidencia! -me respondió- ¿Por qué no vino a tomar mates con vos? La tarde está bárbara.

- Porque se quedó viendo un clásico Barcelona-Real Madrid del año '97.

En ese momento me avivé de que quizás le hablaba de algo que no conocía: si no sabía que su amada india flaquita con el culo parado posiblemente llevaba 200 años muerta, menos iba a saber lo que era el fútbol. Pero me sorprendió la respuesta:

- Ganaron ellos 3 a 0, pero Guardiola jugó mal. -dijo, mientras a mi se me fruncía el culo de la emoción-. En realidad, Guardiola siempre fué un putazo -agregó.

Desde ese día suelo volver los fines de semana a charlar con Gastón (el duende). Lo que me preocupa es que en algunas cosas está medio perdido: dice que como peronista de toda la vida va a acompañar al General "hasta la muerte", o canta canciones de Fito Páez diciendo que son de él. Inclusive una tarde me aseguró que él había sido manager de Hermética, pero que se fué porque no se bancaba a ese "italiano facho y maricón de Iorio" (SIC). He comenzado a pensar que se hace el gil para atraer turistas.

Cuando se pasa de mate habla de la india flaquita de culito parado. Yo me aburro, pero se lo soporto, porque a los apasionados del fútbol como Gastón hay que aguantarlos siempre.

domingo, 6 de julio de 2008

Clima


En esta galaxia hay un silencio desparramado que no quiero salvar con una sola palabra, porque en el medio de todo aparece un sol verde que me ilumina sin querer, sólo por ser sol.

Más abajo el sol sonríe, y me pregunto qué estuvo haciendo mientras acá llovía, y capaz que sea la lluvia la culpable, nomás. Tal vez ese sol esté llovido como yo.

No sabía que atrás de la lluvia estaba el sol. Pero el sol no sabe un carajo, porque la lluvia (mía, suya, del sistema), y esos viceversas.

El sol habla y no creo ser el único que adora escuchar lo que dice. Debería apurarlo sólo para mí.

Pero no soy más que un pobre planeta, ¿con qué someto su gravedad?

Le voy a darme, yo, el planeta la tierra. Quizás le guste.

Y si no, buscaré una galaxia para él.

Pasa esto: soles hay pocos.

Planetas, muchos.

¿Habitables?

¡Epa!