jueves, 1 de mayo de 2008

Una tarde llena de recuerdos


Mil veces hizo el camino de los arbolitos, con otros motivos. Fue de picnic cuando era niño junto a sus amiguitos del colegio, llevando en su mochila sandwichs y jugo en un adorable termo con la anaranjada cara de Garfield. De adolescente lo recorrió junto a su primer noviecita, de la mano, escuchando a los pajaritos cantar como querubines, olisqueando cardos con aroma a rosas, sonriendo como un pelotudo, con la billetera explotando de forros. Hoy sonríe menos. Cosas de la edad y la circunstancia. Sin embargo es feliz.

Al costado del camino hay un pequeño claro escondido por unos arbustos. Atravesándolo está el arroyo, sin mucho caudal pero ruidoso. Con sus amiguitos del colegio chapotearon esas aguas para refrescar las calurosas tardes de muchos veranos. El arroyo bullanguero amortiguó los jadeos de su primer noviecita cuando ambos se iniciaron en los embistes del amor. En este momento es como una fresca sinfonía en medio del caos cotidiano, casi un oasis para alguien que cumple órdenes. Apenas faltan unos pocos pasos para llegar. Los disfruta caminando lentamente.

Aquella mochila de Garfield ya no existe, y en la billetera sólo lleva dinero porque su mujer toma anticonceptivos. Además no usa tarjetas ni carga encima nada que pueda identificarlo o rastrearlo: en el trabajo son exigentes, previenen cada posibilidad de error. En cambio acarrea un pesado bolso negro, sin marcas. Se detiene y comienza el ritual.

Al correr el cierre y meter la mano toca el frio metal de la escopeta. Hay gente que se pone sensible ante la consumación de un asesinato, creen que es una injusticia. Pero si ésta debe ajustarse a reglas hechas por hombres que le mandan a matar, hay una disonancia que se repara a los tiros. Él es el hombre perfecto para esta empresa, para este trabajo.

¿Cómo hay gente que comete esos errores? ¿Cómo es posible que el abogado del testigo clave deje su custodia policial sólo para ir a pasar un rato en el arroyo? Hay días tan complicados en este trabajo: persecuciones, vigilantes, cámaras de seguridad, blindajes, perros. Sin embargo, hoy es una buena tarde, ni siquiera hay alguien que pueda escuchar el disparo. Piensa en que a la vuelta le comprará flores a su esposa y unos bombones a la nena, o quizás una mochila de Garfield, igual a la que él tenía. Pero ahora hay que dejar el camino, cruzar los arbustos, atravezar el claro y gatillar.

Nunca olvida la cara de sus víctimas, pero está será una postal especial: el chispazo de la escopeta, el chamuscón en el pecho, la roja nube de sangre, el hermoso paisaje al fondo, y en primer plano la mueca infeliz de todos los muertos. Esos ojos abiertos, esa mandíbula desencajada.

Esas ganas de revivirlo para matarlo tantas veces como recorrió ese camino.

Es un romántico de la muerte: aunque sabe que habrá otros trabajos, esta tarde será inolvidable, maravillosa, llena de recuerdos.

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