lunes, 12 de mayo de 2008

Amor Eterno


Juega con sus aros opacos mientras lo observa, como si cada fricción le devolviese el brillo perdido, como si cada mirada desnudara sus intenciones. Sus impaciencias descontrolaban su impaciencia, pero ya están grandes para esas peleas. Todo ella es elegancia, seguridad, glamour, y sin embargo le teme, desalineado, distante, casual. Cuidadosamente casual.

Él la ama, es capaz de todo por ella: si pudiese regalarle la luna, lo haría. Sabe que sus energías flaquean, es el momento que esperó siempre para decirle la verdad. Él piensa que ella no sabe nada. Ella sabe lo que él piensa, y lo deja hacerlo: no es la primera vez que se olvida que las mujeres siempre saben qué piensa quien pasa las noches a su lado.

Descubrieron que eran el uno para el otro desde el primer momento que se vieron. Ella, esa princesa universitaria, se le apareció de a partes. Él, alto y desgarbado, no podía creer lo que veía (sus ojos ya le habían jugado malas pasadas). De a poco se instaló comodamente en su corazón para nunca más salir. Ella lo había estado esperando, impaciente, como siempre, como ahora. Secretamente.

La tardecita es el marco del paisaje en este lujoso rincón de la ciudad. El río está de frente a este hombre sentado, el sol a su espalda, detrás de una pared. Si la pared no estuviese, ella sería iluminada por la tenue luz crepuscular, que delataría su rostro duro de cansancio y seguridad. Él también tiene miedo, tantos años de mentiras, tanto por perder, todo por amor. Ella permanece de pie mientras disfruta de cada pequeña instancia de poder, confundiéndose con el cielo de una noche despejada que llega de a poco. Va a escuchar eso que tanto ansía, pero esta vez de boca de él. Un escritorio austero los separa.

Él se pone de pié y camina hasta ella."Mi princesa ya tiene arrugas", piensa, con una media sonrisa que le da fuerzas para revelarle ese secreto que hace años lo atormenta, que revelará que todo el edificio de su jurado amor eterno está edificado sobre un engaño. Ella lo espera, lo conoce bien, sabe que para hablar de sí tarda una eternidad. Con un último esfuerzo, completa esa media sonrisa, demostrándole que pase lo que pase ella siempre estará a su lado.

El misterio se rompe:

- Kristina, quería decirte algo que quizás te vaya a doler: en realidad no soy peronista, me gusta mucho la guita y la usura, y los montoneros me parecen unos buscapleitos roñosos.

- Néstor, ya me había dado cuenta - responde ella, y lo abraza entre lágrimas.

- ¿No estás enojada? ¿Todavía me querés?

- Claro que te quiero, tontito.

Conmovido, recapitula: tanto tiempo, tanta gente que ya no está, tanto esfuerzo por simular una lucha inclaudicable contra el capital. Las preguntas se arremolinan en su cabeza, él esperaba una derrota, pero aquí está ella, junto a él, a pesar de tener todo el poder para decidir sin remordimientos. Aprovecha un momento de claridad:

- Si lo sabías ¿por qué te dejaste engañar?

- Porque me vuelven loca tus ojitos, mi amor.

1 comentario:

Laura dijo...

que malvado que sos


yo estoy con christina, a muerte.