lunes, 17 de marzo de 2008

Naranjas

La observo en mi mano: podría decir que su tamaño respeta el promedio entre las de su especie, aunque ha de saberse que existen diferentes variedades. Más grandes, más chicas, con colores que van desde el anaranjado al rojizo, una naranja descansa en mi mano.

La compré esta mañana, necesitado de dulzura y algo que acelere mi ritmo intestinal. Sé que no es demasiado agradable hablar del tema, pero tengo tránsito lento. Generalmente lo resuelvo con cantidades colosales de mate dulce con peperina, pero estos últimos días la temperatura se tornó insoportablemente calurosa. Hoy no pude soportar más mi malestar.

Transpiré las dos cuadras que me separan de la verdulería esquivando mierda de perro. Les envidio el estoicismo con el que manejan su fisiología: sólo cagan cuando llegan al espacio verde adecuado. Mientras dejan caer las heces, transmiten una sensación de renacimiento interior, de recuperación majestuosa del yo canino. Nunca reniegan ni se exceden en tiempo, sólo el necesario, y están listos para volver a casa. Mueven la cola.

En momentos de onda congoja, uno no quiere que nadie advierta cual es el origen de su mal. En la verdulería comencé a comprar artículos varios con el fin de ocultar mis torpes intestinos. Pero los verduleros tienen ojo clínico y manejan el lenguaje corporal con transparencia: te dejan saber que ellos conocen tu dolor, que tienen el poder necesario para evadirte de tus aflicciones. Que sólo ellos pueden ayudarte.

- ¿Tenés naranjas para jugo, Elvio? – pregunté al verdulero, mientras esbozaba una mueca que pretendía ser una sonrisa.

Asintió, devolviendo una mirada cómplice como sólo un verdulero que reconoce un malestar intestinal puede hacerlo.

- ¿Cuánto vas a llevar? – me preguntó.

- Dame un kilo – le dije, con las rojas venas de mis ojos a punto de explotar.

Me las embolsó con maestría profesional. Guiñándome un ojo me dijo: “Tomá una más, de yapa”. Casi lo beso como a una heroína de telenovela, el final de mis angustias estaba próximo.

Ahora, en la tarde ardiente, observando la última naranja que me vendió Elvio, recuerdo mi amarga desazón tras partir al medio la primera de aquellas frutas. El cuchillo temblando en mi mano era el único testigo de la cruel burla: la naranja estaba más seca que mis tripas. Me sentía estafado, engañado. La repetición de los cortes confirmó la crudeza de la situación: todas las naranjas yacían sobre mi mesada partidas al medio, exponiendo su amarillenta sequedad. Un crimen evidente: Elvio, mi verdulero de confianza, el sacerdote de mi íntima religión, había cometido mala praxis.

Preparé mi venganza con la furia de un siciliano y la frialdad de un filósofo danés, posiblemente Kierkegaard. Seguramente Kierkegaard no hubiese planeado una venganza por tan poca cosa, pero no creo que el talentoso Soren haya tenido tanto ardor en sus daneses intestinos. Pensar en el frío de los países nórdicos terminó de darle forma al desquite.

Camino lenta pero firmemente hacia la batalla, mientras miro la congelada naranja. Cuatro horas pasaron desde que coloqué la fruta en el freezer, suficientes para endurecer la herramienta del desagravio.

Elvio está en el frente de su negocio, de espaldas a la calle: son las cinco de la tarde, recién abre. Revisando un cajón de pimientos rojos seguramente urde una nueva estafa a algún desprevenido cliente, quizás también otro seco de vientre con buena fe necesitado de una solución como yo. Pero no hay moros en la costa, hace demasiado calor para estar en la calle. Desde la vereda opuesta, oculto convenientemente tras unos arbustos, calculo la parábola en el aire. “Vas a cagar”, pienso. Felicito mi ocurrencia.

Con su impune frialdad vuela la naranja brillante, reflejando el sol abrasador que presencia impotente la consumación de un acto de justicia terrenal. El eco del golpe resuena en toda la cuadra. No hay lugar para apelaciones: fue un tiro perfecto. Los gajos congelados se desparraman en el frente del local, alrededor del cuerpo desvanecido.

Saboreo el vértigo del éxito al hallar un paisaje que parece una postal mafiosa. El adversario abatido está desparramado sobre un montón de pimientos colorados, que se me antojan coágulos. Pero nada de sangre para ver, sólo hay frutas, verduras y un cuerpo derrumbado. Cuando se recupere del desmayo verá el cartel que colgué del cajón de las naranjas antes de huir cobardemente: “de yapa”, reza, contundente.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

HOLA JUANI PEDIDO DE QUE FIRME Y LUEGO LA AUTORIZACION DE PONER LO QUE QUIERA ANTE LA PROMESA DE NO CENSURARLO... EH AQUI LA FIRMA JEJE...
YA TE DIJE, ME ENCANTO LO QUE ESCRIBISTE... OJALA SIGA ASI DE INGENIOSO TU BLOG Y CADA VES QUE YO POSTEE EN EL MIO ME ENCUENTRE CON UNA DE TUS FIRMAS QUE TANTO ME GUSTAN...

TE KIERO

tu primitA

Anónimo dijo...

Hijo de mil... Despues de leer esto... Que es Daniel steel, quien es jo hernandes, quien es paulo cojelo para compararse con vos??? Que pluma papá? Sabes lo que sos... Sos todo un hagiografo (!ha te mate papa vas a tener que buscar la palabra en paginas caolicas)
Capo idolo... Una pinturita el relato... una pinturita marron!!! HERNAN

Anónimo dijo...

PAULO COJELO....
JUAJAUAJUA

NO, POSTA QUE EL RELATO ESTA MUY BUENO.
ES MUY JUAMPI. ES BUENO Q TE PLASMES TAN BIEN EN ÉL.

FELICITACIONES.

AHORA VOY POR LOS OTROS TEXTOS, LOS DE ABAJO.

Juampï dijo...

Malvi: me encanta que hayas pasado y firmado. Siempre es un placer tenerte cerca.
Padre Hernán: la Real Academia Española define hagiógrafo, en su primera acepción, como un escritor de la vida de los santos. Pero en la segunda acepción ("Biógrafo que realza en exceso las cualidades y virtudes del biografiado"), vos sos mi hagiógrafo. Guarda con los excesos!
Anahii: la persona cuya opinión de mis textos más me interesa. Tienen muchos errores técnicos, ¡¡pero no sé adonde están!! Bueno, nos debemos un ágape, aprovechemos la excusa.
Gracias a los tres.

GAM dijo...

Es simplemente genial, es la vida misma. Quiero más crónicas de JUAN.

Adri dijo...

Amigo!!
Me tom� un tiempo hoy para leer detenidamente tus escritos...
Brillantes, como siempre...no esperaba menos...
Te quiero nene!


Adri.-