lunes, 24 de marzo de 2008

Lollypop


Antes de salir de casa robé tres chupetines del frasco de caramelos. Con chicle, los chupetines. Mi papá los acumula, hace unos meses compró una bolsa de cien, pero creo que todavía no comió ninguno: tiene alma de kioskero. Previendo aceptación y rechazo, eran los tres de gustos distintos: si querían chupetines les convidaba, y si no querían, no me aburría del mismo gusto.

Iba a lo de Melisa, hacía mucho tiempo que no la veía. De camino pasé a buscar a Andrés. El primero de los chupetines ya estaba en mi boca. Con gusto a uva, dice el envoltorio, pero a mi se me antojó frambuesa. Nunca comí una frambuesa, así que es el gusto industrial, como el sabor a naranja de los bubaloo, que desencanta si uno comió naranjas reales antes. Andrés rechazó el suyo, parece que ni las manzanas ni las frutillas.

Cuando llegamos a lo de Melisa, ella desdeñó el de color verde y se burló de Andrés: "querías frutilla", le dijo, creyendo que su malicia era la del comensal que se sirve la última pata de pollo mientras sobra ensalada. Pero Andrés reclama mate. El envoltorio plástico del chupetín de frutilla me servía para jugar, mientras Melisa escuchaba interesada detalles nada jugosos acerca de lo irreversible de la vida, quevachaché.

Yo había tirado el envoltorio del chupetín de uva. No muerdo los chupetines, así que mientras tomaba mate el mío parecía en mi mano el vestigio (púrpura) de una varita mágica que perdió su poder. No lo iba a tirar, estaba rica la uva industrial. Además el chicle. La vista abajo, yo hablaba. Con el envoltorio rojo disfrazaba a mi dedo índice de Caperucita Roja, mientras reseñaba al Lobo, al Leñador y a la Abuelita. En mi historia, el Bosque no era escenario, sino el personaje principal.

Enrollado, el envoltorio era la alfombra voladora, y el chupetín de uva la misma varita (púrpura) hecha Genio. En mi historia, Aladino estafaba turistas japoneses, y la Princesa creía ser feliz con él en Marbella. Los tres deseos se le habían cumplido a Jafar, estamos en Argentina. La lámpara se la choreaban, pero no importa porque estoy hablando de Arabia, y el envoltorio del chupetín de Melisa se rompió un franja.

Los detalles se sucedían como una confesión. Melisa sabe escuchar, como nadie. El relato avanzaba cuando se caían los árboles del bosque. Melisa entendía, Andrés corría los troncos. De la mano de Melisa, Arabia no estaba tan seca, y Andrés barre la arena tomando mate porque la duna no nos dejó ver el bosque.

Volví al chupetín de uva, mastiqué el chicle y jugué un rato con los restos de caramelo pegajoso que quedaban en el envoltorio rojo. El leñador le vació dos cartuchos a Aladino y a la Princesa (a él por sorete y a ella por estúpida), pero extraña al lobo que mató porque esa fué la única vez que se sintió más allá de su propósito. Jafar se funde porque deseó dinero pero no un contador honesto, y trabaja en un parripollo que puso el Genio viudo con plata heredada de la Abuelita seducida por magia muerta. También se roban la alfombra voladora, nuestra última alegría. Caperucita empezó el secundario, embarazada. Coincidencias.

- El mundo es un pañuelo - dijo Melisa.

- Un papel de chupetín... - le digo yo - le falta una parte, anuncia algo que tiene de manera artificial, sólo le quedan fragmentos de lo que solía ser, y si no tenés cuidado terminás pegado...

Se ríen, los dos.

Y agrego: - Ah... y si te fijás bien, quedan marcadas en el plástico las huellas de los dobleces que tuvo, mostrándonos que alguna vez un extremo del envoltorio se juntó con otro.

La comparación forzada es obviamente estúpida, no debería exagerar ante mis amigos. ¿Cuando uno se vuelve viejo y poco interesante siempre espeta insolencias?

Las historias dan hambre y matear lava el estómago, vamos a comprar criollos. Metáfora para otro momento. La calle salva del ridículo.

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