lunes, 16 de junio de 2008

De como quise venderle mi alma al Diablo


- ¿Sabés lo que pasa? -me dijo el Diablo- Acá son todos unos pelotudos. Están enfermos. Imaginate que Dios ha matado más gente que yo, y sin embargo a él le siguen rezando. ¡Hay una operación de medios en mi contra!

No voy a decir que estoy de acuerdo, pero el tipo tenía un punto de vista bastante lúcido. Me lo había cruzado en la calle. Lo vi puteando a un remisero en la esquina de Chacabuco e Illia, y me acerqué a preguntarle qué le pasaba:

- ¿Qué me va a pasar? Estos remiseros de mierda... les limpio los vidrios y me quieren dar una moneda. Yo no necesito plata, soy el Diablo, quiero almas.

Me dejó estupefacto. Le pregunté si pedir un alma a cambio de limpiar los vidrios de un remis no era mucho. Después de mandarme al carajo, rumbeó para el lado de la Terminal. Lo seguí unos pasos (él iba puteando a Giacomino) y lo invité una café, para pedirle disculpas. Me observó un poco, me dijo que el cinto marrón no combinaba con los zapatos negros (sí, soy un asco para vestirme), y finalmente aceptó.

Apenas entramos al bar, los parroquianos nos miraron. Entonces el Diablo, mientras colgaba un gorrito de Talleres en el perchero, preguntó:

- ¿Qué miran pelotudos? ¿Acaso me tienen miedo?

- No. -respondieron los parroquianos- Lo que pasa que el flaco usa zapatos negros y cinto marrón... no combinan, ¿vió?

- ¿Viste? -dijo, mirándome- Los muchachos tienen razón.

Un viejo se quejó ante el mozo porque su submarino estaba frío. El Diablo metió un dedo incandescente en la tacita y se la calentó. Hizo el típico chiste ("Se calentó rápido porque me estuve rascando el culo, jajaja"), y se sentó.

- ¿Por qué no le pediste el alma a cambio de calentarle el café? -lo increpé, tratando de hacerlo sentir mal.

- Miralo a ese viejo -me respondió. Y retrucó:- ¿A vos te parece que vale algo el alma de ese gil? Estoy desesperado, pero no tanto...

Empezamos a charlar. Me contó que hacía como 1500 años que nadie le daba un alma a cambio de nada. Me dijo que la gente estaba muy amarreta y ya no codiciaba tanto. Yo le conté que era del interior, que estudiaba y trabajaba. Me preguntó si me gustaba la música, y le dije que sí. Abrió un bolso y sacó un disco de Leo Dan:

- Te lo cambio por tu alma - me dijo, mientras le brillaban los ojitos.

- No, gracias.

Insistió:- Mirá que es un discazo.

La verdad que me conmovió, así que le pregunté si no tenía algo de La Renga. Lanzó un escupitajo con olor a azufre contra el piso, y me dijo que no quería saber más nada con el "pelotudo" (sic) de Chizzo, que había puesto cualquier cosa, que si juntaba unos mangos se iba hasta Mataderos y lo cagaba a trompadas, y un montón de improperios más contra el rock y los peronistas.

Miró con tristeza una foto de Gardel enmarcada en la pared. Entre lágrimas cantó con cadencia canyengue los primeros versos de "El Día que me Quieras", y sopló los mocos en una rejilla engrasada que le alcanzó el mozo. Enseguida levantó la vista, tenía los ojos vidriosos. Yo no resistí:

- ¿Ha pensado en suicidarse?

- Sí, querido, lo he pensado. -dijo, mientras mordisqueaba la caja del disco de Leo Dan con la mandíbula temblorosa. Y agregó:- ¿Pero dónde voy a terminar? ¿En el cielo? ¡Ni a palos!

- ¿Qué ha pasado con el Infierno?

- Lo cerramos cuando privatizaron Gas del Estado. El Banco Social embargó todo, y después se fundió. Creo que ahora es de Angeloz... de Angeloz... de Angeloz... -repetía entre susurros mientras caminaba hasta el baño.

Respiró agitado en la puerta, como entre sollozos. Nunca había visto a nadie tan triste, nunca me había conmovido tanto. Me tomé el último sorbo de café mirando el retrato de Gardel: su sonrisa, esa mirada llena de picardía. La facha. Era fachero, Gardel. Iba a irme sin saludar, pero sinceramente quería ayudarlo. Entonces me cayó la ficha. Lo vi volver del baño levantándose la bragueta:

- Maestro, ¿puedo preguntarle algo más?

- Escuchame, pelotudo -me dijo con media sonrisa, mientras rascaba una mancha color caramelo pegoteada en el pantalón que antes de ir al baño no tenía- Si le preguntás a alguien "¿te puedo hacer una pregunta?", de hecho ya estás preguntando.

-Si, es cierto.

- Dale, decime pibe -agregó, y al mismo tiempo usaba los dientes para sacarse el pegote caramelo de las uñas.

- Yo le quiero dar mi alma.

- ¿En serio?

- Sí. -la tensión tornaba el aire irrespirable. Los parroquianos se habían callado y miraban expectantes- Se la cambio por un cinturón negro, o por unos zapatos marrones.

- No, flaco. No tengo. Gracias igual.

Y me fui caminando a casa, cabizbajo y triste. En mi cabeza daba vueltas esa frase que dice "donde hay una necesidad, hay un negocio". Pensé que quizás el Diablo no la conocía, e intenté volver a decírsela. Pero estaba cansado, y la gente miraba raro mi cinto marrón. Un poco de vergüenza me da, no voy a negarlo.

2 comentarios:

Pao dijo...

Qué suerte la suya que al menos se conmueve con personajes como éstos...No se preocupe si el diablo no lo acepta, el infierno es un fiasco, mejor remar acá que por lo menos tenemos una estufa...Para su cumpleaños le regalo el cinto negro...

Anónimo dijo...

stupendo maestro ...me caituvo tu historia ....soy ereje jejejeje