miércoles, 20 de agosto de 2008

La mesa chica


Las paredes amarillentas del bar concordaban poco con el look de las personas sentadas en la única mesa disponible. Todo parecía deslucido, como si estuviera atrasado 30 años y fuera producto de una fiesta de hippies en decadencia. Salvo la única mujer, el resto eran hombres vestidos de traje sport, color gris o beige.

Julio, el de bigotes espesos, fué el primero en hablar:

- Cristina, ¿otra vez trajiste al pelotudo este? ¿Cuántas veces te voy a repetir que él ya no tiene nada que ver con nosotros?

Cristina, la única dama de la mesa, tenía los pómulos colorados por el excesivo rubor con el que se pintarrajeaba. Pero eso no fué un obstáculo para que los colores de su cara recorrieran el espectro cromático completo. Néstor (según Julio, "el pelotudo ese") la tomó tiernamente del brazo: contaba con la experiencia suficiente como para saber que a Julio no había que seguirle demasiado la corriente. Quien nada conocía de todo esto era Sergio, el más jóven de todos, y lo dejó transparentar con la ingenuidad de su pregunta:

- ¿Aníbal no viene?

- Nunca se sabe -dijo Cristina, aprovechando la falta de cintura de Sergio para cambiar de tema-. Ese fumanchero de mierda seguro que se colgó escuchando a Los Redondos.

- Otro pelotudo que no vale dos pedos -agregó Julio, mientras se limpiaba un resto de mayonesa que tenía en los bigotazos con un billete de 50 pesos.

- Vojsh no queréjsh a nadie -dijo Néstor, medio en serio y medio en joda.

Ese tono falto de solemnidad era uno de los tantos motivos que molestaban a Julio. Sin embargo, eso nunca lo había perturbado antes, cuando los tiempos fueron dulces para hacer dinero sin que nadie se interrogue por los faltantes. Ni por las dudosas compañías.

- No nos queda mucho -musitó Julio, como contestándole a Néstor-. Guillermo ya tiene una pata afuera. Hoy no quiso venir, estaba demasiado ocupado borrando pruebas. Faltaría que después de todo el esfuerzo que hicimos alguien se de cuenta de todo.

- Por Guillermo no te preocupes, con algo puede zafar -comentó Cristina-. El problema grande lo vamos a tener nosotros si no se nos ocurre nada.

- Yo estuve pensando que... -intervino Sergio, pero no pudo terminar.

- ¡Callate, forro! -gritó Julio, quien al ponerse de pie para insultar a Sergio dejó ver una mancha amarillenta en el pantalón marrón-. Sos un suplente, nada más que un suplente.

- No seas así, infeliz. Él viene a ayudarnos -dijo Cristina, para intermediar.

La mujer no pudo resistir hacer la pregunta que temblaba en la boca de todos:

- ¿Te measte, Julio?

- ¿Vos también, conchuda? ¡No tengo porqué decirte un carajo!

- Dale, tirifilo -agregó Néstor, medio en serio y medio en joda-: ¿Te meajshte?

Ahora parecía que sí tenía quedar explicaciones. Pero en el contexto de la mesa chica no había que demostrar debilidad, más bien lo contrario. Todos tenían un muerto en el ropero, pero para eso vivían, para esconderlo, porque cualquier error admitido podía significar la salida de ese fascinante y adictivo mundo de los negocios turbios.

- Para ser sincero -explicaba el de bigotes a lo charro, mientras volvía a tratar de encontrar esa mueca estoica que lo caracterizaba ante quienes no lo conocían-, me senté arriba de una fuente de gelatina.

A Cristina le brillaban los ojos. Ella mandaba en los papeles, y tenía que hacérselo saber:

- ¿Ahora quién es el pelotudo?

Julio tragó una saliva amarga, se había descuidado mucho: cuando uno discute con la jefa tiene que tener como mínimo un aliado. Sergio, que había quedado con los ojos como dos huevos fritos por la innecesaria violencia desplegada en una discusión intrascendente, intentó cambiar de tema:

- Decía, yo estuve pensando que por ahí, si usamos un concepto que no sea tan concreto... -pero, nuevamente, no pudo finalizar su idea.

- ¡Cajshate, forro! -lo cortó Néstor en seco, pero en el acto comenzó a reirse estrepitosamente, con carcajadas que sonaban como a una corneta trabada en una amasadora de pan.

Cristina lo emuló velozmente, con una risita cortita y estridente. En seguida se sumó Julio, como aceptando la derrota, y reclamando silenciosamente una tregua para su mal disimulada incontinencia urinaria.

Sergio sonrió con la mitad de su boca. Por unos instante se relajó pensando en que esas noches de insomnio habían valido la pena: con la falta de sueño vienen las canas, y junto a ellas la lucidez. El más jóven era ambicioso, y sabía que nadie le iba a regalar nada. No era más que un comodín colocado en su lugar para desplazar a otro fusible quemado. Lo dejaban participar de la mesa chica porque creían que no iba a molestar.

Quizás el resto veía a Sergio con los mismos ojos que miraban el sifón de vidrio verde que se encontraba en el medio de la mesa del viejo bar, el cual estaba ahí desde antes que ellos llegaran.

El de bigotes largó un chorro de soda caliente sobre la cara de un Julio Argentino Roca que lo miraba con fingida inocencia desde un billete de 100 mangos. Intentó lucir interesado en la propuesta de Sergio. Mientras se limpiaba el manchón con olor ácido del pantalón, lo miraba fijo, con esos ojos de buitre que lo habían caracterizado desde que dejó los ladrillos y abrazó la política.

El que habló fue Néstor:

- Dejshí, pibe, ¿cuál es tu idea?

- Lo que decía, -intentó recapitular Sergio-, es que lo más probable es que si decimos algo concreto la gente nos va a sacar la ficha. Entonces tenemos que tirar un concepto medio difuso, cosa que los analistas se pierdan y nosotros podamos ganar tiempo para arreglar la salida.

El "pibe" miraba como 3 pares de ojos se clavaban sobre él. Todos estaban espectantes acerca de esa "salida" tan buscada, tan esperada, tan esquiva.

Sergio era el que estaba sentado más cerca de la ventana. De repente, el rictus de orgullo que se estaba dibujando en su rostro fué mutando hacia una nariz fruncida a la altura del tabique, acompañado por el repiqueteo de sus fosas nasales, las cuales se iban abriendo más y más. Mientras tanto, sus ojos seguín fijos en los grandes anteojos de Julio:

- ¿No sienten un olor raro? -preguntó Sergio.

- ¡Ya les dije que era gelatina, hijos de puta! ¡Gelatina! -se hizo cargo Julio.

- No -dijo Cristina, que fué la segunda en olisquear el vaho dulzón que venía desde la vereda-, Sergio habla de otra cosa. ¡Creo que es Aníbal!

En apenas unos instantes, todos los presentes percibieron de qué se trataba. Un efluvio procedente desde el rincón más místico del universo inundó el avejentado ambiente del bar, y anticipaba la entrada de una angel de grandes bigotes y voz gruesa, el cual entró volando por la ventana, esquivando un malvón triste que reposaba en una maceta.

Como si fuera un guacamayo amaestrado, se posó sobre el sifón de soda que estaba sobre la mesa. Miró a los presentes a los ojos, y chilló estridente, con un tono de voz que mezclaba al Coco Basile y LudovicaEsquirru:

- ¡Redistribución del Ingreso! ¡Redistribución del Ingreso! -tras lo cual se fué aleteando por un ventiluz que se perdía en lo alto del techo.

- ¡Grande, Aníbal! -gritaban todos a coro-. ¡Vos sí que sos un groso!

Sergio se dió cuenta de que, por haberle puesto tanto suspenso a su relato, había perdido la chance histórica de ganar un lugar en el corazón del peronismo. Pero sabía cuáles eran las reglas del juego: había que subirse al carro del vencedor.

- ¡Qué genio este Aníbal!

- Jshí, pibe, ejsh lo mejor que tenemojsh -afirmó orgulloso Néstor.

- Fumanchero, sí, pero un capo -aclaró Julio.

Sergio la miró a Crisitina, como esperando una continuidad en las declamaciones, pero ella sólo dedicaba sus ojos al vuelo fluido de Aníbal, que dejó una estela de plumas tornasoladas tras de sí.

Sin embargo, el joven multiuso quería sacar algo concreto de aquella situación que abrazaba lo fantástico:

- Estos encuentros están buenísimos, no me esperaba nada de lo que pasó -dijo Sergio, introduciendo su pregunta-. Ustedes, que hace rato que están en esto, ¿cómo los llaman?

- Reuniones de Gabinete -respondió Cristina, mientras esgrimía una sonrisa de confianza en su rostro y miraba fijamente a Sergio-, y quiero que te vayas acostumbrando.

3 comentarios:

Pao dijo...

ya me olvidé un poco de jugar...eso es lo malo de ser adulto (o de creer que uno lo es) y está bueno que me recuerde algún vicio olvidado...gracias a los espíritus (no sabía si poner Dios) ud. no priva al mundo de su mundo...
abrazos a montones!

Martín dijo...

No soy de combinar palabras, usar sinonimos, analogías o cualquier cosa que haga una pequeña referencia de inteligencia humana o marciana; simplemente un paseo de risas mintras leía la descripción de un satiricón.
Saludos.

Pipa Hidraulica dijo...

jajajaja, que bueno, lo que nadie ve!!!!! Y aguante Aníbal ,loco!!!